“Los momentos dorados en el curso de la vida nos pasan por al lado y solo logramos ver el polvo; los ángeles vienen a visitarnos, y solo los reconocemos cuando se han ido.” George Eliot.
La premisa que guía la vida moderna es que más es mejor: más dinero, más cosas, más clientes, más actividades, más negocios, más experiencias. Pero, como dice mi mentor Tal Ben Shahar, el precio que pagamos por colocar la cantidad por encima de la calidad es alto. No importa de cuánto llenemos nuestra vida, si constantemente estamos corriendo de una cosa a otra, nada nos traerá verdadero placer.
Imaginemos tener un banquete de comida frente a nosotros: todo tipo de entradas, variedad de platos fuertes y múltiples opciones de postres, ¡pero, espera! Hay una condición para participar de ello. Puedes comer todo lo que quieras, solo que tienes 30 minutos para hacerlo. ¿Qué harías? ¿Comerías apurado para probar la mayor cantidad de comida, o elegirías solo un par de platos para disfrutarlos al máximo? La respuesta más común podría ser probar todo lo posible, porque, ¿quién sabe cuándo podremos volver a tener la oportunidad de comerlo? Sin embargo, ¿realmente podemos distinguir los sabores de algo cuando comemos una cosa tras otras sin pausa ni respiro? Es posible que terminemos probando todo y no distinguiendo nada (y probablemente con una indigestión).
Lo que la ciencia de la felicidad ha descubierto es que aquellas personas que a menudo desaceleran el paso y paran a deleitarse en lo bueno que la vida tiene para ofrecer son aquellas más optimistas y resilientes, porque logran que los efectos de lo positivo sean más duraderos.
Detenernos a disfrutar los momentos buenos del día a día es una práctica fundamental para nuestro bienestar integral. Se trata de resaltar lo positivo dentro de una experiencia que ya de por sí es positiva, y tiene un nombre en sí mismo: saborear. Barbara Fredrickson, una de las principales investigadoras en el campo de la psicología positiva, comenta que este hábito mental consiste simplemente en considerar los buenos eventos de una forma que voluntariamente genere, intensifique y prolongue el disfrute real de ellos por días, semanas, meses e incluso años.
Dos excelentes noticias son, en primer lugar, que el arte de saborear puede aprenderse, y segundo, que sus beneficios pueden obtenerse pensando en el pasado, viviendo el presente o diseñando el futuro.
Fred Bryant, experto en la técnica del savoring (nombre en inglés) de la Universidad de Chicago, afirma que bien sea recordando una experiencia positiva del pasado, o generando en el presente una memoria para la posteridad a través de nuestra atención plena del momento, o imaginándonos el contexto de un acontecimiento futuro deseado, todas son distintas formas de sacar lo máximo de nuestra vida deteniéndonos a saborearla.
Ahora, ¿cómo podemos incorporar esto a nuestra vida en las circunstancias actuales de la pandemia por el COVID-19? Personalmente, creo que es un momento inmejorable para hacerlo, porque, precisamente nos hemos visto de alguna forma forzados a detenernos en muchos aspectos. Si el ritmo normal de vida hacía difícil que construyéramos el hábito de bajar la velocidad, pues el propio ritmo de vida ahora ha bajado, de manera tal que solo debemos enfocar nuestra atención en lo positivo que nos rodea para que cuando el ritmo aumente de nuevo, seamos capaces de tener una reserva llena de buenos momentos y el saborear se haya incluido dentro de nuestro repertorio de rutinas diarias que nos ayuden a vivir mejor.
Algunas pistas para practicar: tomar unos minutos del día para revisar el álbum de fotos o contemplar un souvenir de nuestro viaje más feliz; mirar el atardecer desde la ventana, o detenernos a capturar los rasgos faciales de nuestro hijo mientras duerme y, aún algo más: desde ya comenzar a imaginar y disfrutar lo que será ese primer abrazo con un ser querido, un café con nuestro mejor amigo, el reencuentro con nuestros compañeros de trabajo en la oficina o simplemente salir a pasear en el parque o disfrutar de una buena película en el cine.
Quiero terminar contándoles que a menudo aprovecho el savoring. Hay un recuerdo registrado en mi memoria de uno de los momentos más felices de mi vida, que trae ánimo y vitalidad a mi presente cuando lo necesito: me encuentro corriendo como un niño cuesta arriba en una montaña de la Patagonia Argentina, sintiendo el viento frío en la cara y apreciando la libertad que se encuentra en la naturaleza alrededor de pinos y con un lago parcialmente congelado cubriendo mi espalda, oigo el crujir de las ramas en la tierra a medida que la piso con pasos ágiles y firmes, con un norte entre los ojos, el cielo azul.